martes, 17 de noviembre de 2009

ocho

ocho. son ocho las que he solicitado. bueno, a decir verdad no he pedido nada en firme. mi osadía ha quedado en la pregunta de si pedir ocho semanas de cama es mucho.

anna_amphigorously me ha regalado parte del pedido. ha colocado un stop tan grande como mis deseos de reposo y allí me ha tumbado. eso es. o me paran o _al menos respirando_ no paro.
tres respuestas. una ha aplaudido mi pregunta con un me gusta. la frase de otra respuesta era para tildar de exagerado mi anhelo. y la tercera sentencia ha dictaminado demasía. ocho son muchas semanas, niña.

estando como estamos a comienzo de semana se me horizonta demasiado lejos el descanso. y es que las miras no apuntan hacia el sábado con domingo.
todos sabemos que los días encogen en la lavadora del adulto. de niños todo nos cabe, cualquier hora sabe a chicle que estiramos sin plantearlo. hablar del veraneo antes de navidad era tontería. si ni siquiera acertábamos a colocar el nacimiento y el turrón en nuestras cabezas a falta de un mes de su comienzo...
la guillotina que anula los días vividos en azul oscuro avanza cual tropa despiadada. sin temor a quemar semanas como quien respira. y así van dos y medio desde que cerramos nuestro mes de vacaciones. mucho tiempo y poca noción de ello. más trabajo y excesiva torsión por tanto. el cartón donde parto lo que no será más 2009 me habla ya sólo en blanco hasta los días de polvorones. y esos _raquíticos_ días no alimentan mi exhalación hambruna.

en los test de la dgt lo advertían. las condiciones meteorológicas adversas distorsionan la percepción de las cosas. y así ocurre con la niebla que baña el cuerpo tendido en la vía. justo antes de las cuatro letras que obligan a detenernos. el agua vaporizada condensando visiones, temperaturas, distancias... lo emborronado del aire confundiendo el día con la noche, lo seco con lo mojado, lo real con lo imaginado.

dicen que ocho es mucho. ocho semanas son utopía. ocho días son sueño. ocho horas son diez. ocho minutos son los que apuro en la almohada. ocho segundos los que me evado y tiran de mi manta para darle al tajo. que no hay bizcocho.

cuando mi esqueleto sostiene con esfuerzo mi resto un colchón se me hace blando. cuando me caigo, me deshago, me derramo lo hago sobre lo más duro. el pasillo de mis padres, la tarima de mi sala... y si no corro peligro y lo tengo a mano lo hago _como si la fotógrafa de la neblina detenida lo supira_ sobre el gris asfalto.
estoy frente al teclado. frente y sobre, que mis dedos golpean letras blancas sobre negro para que se inviertan. así, frente al ordenador, sobre las teclas, bajo techo, entre la espada y la pared, por imperativo vital, y hasta que los villancicos lleguen.
pero si cierro los ojos me marcho. no me quedo. lo siento así. si tomo aire sin mirar lo que ven mis ojos me sé echada en mitad de la calzada, sin temor al tráfico, sin importarme lo que venga detrás ni a dónde he de llegar. elongo del todo mis músculos. incluso los que desconozco. hago adhesiva mi dermis al asfaltado suelo. no dejo huecos. y me fundo. me hago señal blanca. me hago orden de paro. me hago uno con lo obligado al freno. y allí me quedo ni sé cuánto tiempo.

ocho. que si mucho que si poco. para unos. para mi coco.
stop. por un ratito me detengo. yo no sigo. háganlo sin mi. circulen sin mis ruedas entre el parque móvil. me paro. lo dice el código. y yo sumisa digo que no a la prisa del ratón enjaulado. quietecita. dentro de la nube densa. que no me vean. no hagan ruido. no me pidan... hasta mañana a las ocho.

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