martes, 31 de agosto de 2010

celdas

su celda tenía vistas al mar. qué más puedes pedir _le habrían dicho otros urbanitas enrejados_ tu horizonte es el cantábrico. como si pudiera nadar...
su habitación era de doble altura y nunca le faltaba de comer o dar trago. pero no era una suite. por mucho que se empeñara mal abría sus dos brazos y su voz _por la cual que se le apuntaba_ se colaba entre las barras blancas haciendo un pentagrama tramposo. un calderón sin premio los días felices. un silencio de redonda seguido de otro cuando abrumaba fuera y bajo techo.

las horas son científicas para los atareados. para los niños son chicle. son suspiro entre enamorados. pero para quien despliega su labor cual pulpo malabar sesenta minutos no son más que la suma de sus tresmilseiscientos segundos. ni uno más y su velocidad.
la agenda mental revienta entre tachones y jirones para el encaje de las piezas. a las once. antes de mediodía. cinco minutos después de las cuatro. a las ocho cierran. entre nueve y nueve y media. diez para las doce. y todos los dedos haciendo cuentas.
para cada cita una casilla. cada hito de la jornada tiene su cucú alertando que no espera. y suma y sigue. y corre. y aprieta. y dale que nada espera.

sus piernas no dudaron de la meta. en ningún momento tantearon lo entrenado. cuando había que correr lo hacían. con zapatillas o las alzas puestas. si de echar el resto dependían los éxitos ellas no fallarían. volaría entre tareas. la casa. la compañía. la cría y su dependencia. la noche. el desvelo. la alarma y el día. promesas en pruebas. camisones por dar plancha y un guiño que suplica. corrió. voló. lo dio todo y le atrapó la siesta.
despertó. o eso creyeron. regresó pero no fue así el cuento.
sin sangre ni huesos. sin tensión ni más alas. su cuerpo cayó atrapado y no supo volver a vigilia. de cadera a las plantas la oquedad era la agonía. de barbilla hasta lo hueco el dolor de lo inerte sin crédito.
los ojos que achicaron su parabrisas frente al viento de sus prisas manaban el mar más sediento sobre la cama. mojó. caló. empapó. y con el pabellón inundado asumió su escenario.

macho o hembra. sabía de su cresta. tan sólo de ella.
comenzó el vigilante a ver su prisión y a protestar por su pico ignorante.
le dieron fruta, saludos. hicieron suya la banda de una película.
y su verde cuerpo saltó de lado a lado. y en un breve permiso escuchó otros cantos.

reventó.
el ojo de pompa. el agosto engañoso. la entrega. cada barrote de pitxita. mi fiesta.
sin reloj de muñeca cuento con una casita de madera para ningún pájaro. la jaula con segundero me ahorca. las aves con portal y letra guillotinan mi creencia.
la paciencia trinaba apenas. los alaridos impertinentes escondían la voz de ésta. caía y perdía la corriente ascendente. su pico en picado. su pecho clavado. septiembre ahí al lado.
y vino la cordura calzando prioridades y descolgaron la cárcel. entre las aguas y todos los géneros limpió de zarzas la senda. abrió el desfiladero y acercaron lo que debía ser y _sin saberlo la presa_ era.

tan perdido como entre los muchos relojes casa de loveology se vio el pájaro en su terraza. tan esposado por las agujas tejiendo horarios como sus plumas replegadas. el enrejado de cien metros valla pasó a ser en algún momento jaula. la aceptada carrera se le hizo de pronto grande. inmensas montañas para tan pequeñas patas. tradujo su obligado auxilio de robinson sin verde y la línea donde el azul aéreo besa al salado comenzó a ser barca. para mecerse en dos ojos salir de su cuadro. para reposar tanto ruido y recuperar trinos cizallar la cobertura. para conocer otros mundos más que tirita pequeñas batidas de alas heridas.

los robados segundos hicieron que el no visto fuera primero. el desplumado paseó su tiempo de muda como quien va en crucero. a mesa puesta. a cielo abierto. viviendo un cuento.
la mar salada... sálvense todos a tiempo!