lunes, 7 de junio de 2010

nube

aún no debían quitarse el sayo. era lo que se repetía en los corrillos formados frente a los ventanales del pasillo. el cielo pintaba plomizo. la visita sería de tarde y los afortunados soplaban para espantar lo que restara azul al cielo. era domingo.

la primera vez que un avión me elevó sobre la capa agodonada que nos tapa me pareció una extensión tan formada que cabía ser de todo menos etérea. un mundo haciéndonos de corteza a millas de distancia de nuestras suelas. arriba montículos mullidos queriendo llorar o ser del sol escudo.
ayer toqué por vez primera una. conocí una de las que yo hacía en lo alto. y paseé a su vera.

en otra parte del plano en la cocina sentada esperaba una dama. vestida con su cuerpo en dominó. más blanco que negro para quien sabe lucir las manchas. y pasadas las ocho recibió la invitación. caligrafiada en el aire de su tarde y lacrada con una caricia recibió la mano tendida y enhebró el brazo de su caballero. levantó sus ganas y al rato sus rodillas. y recolocando su gorro _como le retrató alessandro_neri_ le hizo saber que ya estaba presta.

el día comenzó húmedo y merecedor de terciopelo. poco a poco se fue arreglando. sobre las cabezas un azul dudoso pero inmaculado de amenazas. cuando me presentaron a aquella chiquita sentí que era la única. sin saber tratar algo tan vaporoso dejé que fuera ella quien me dictara las reglas. y ayudada de un leve soplido vi cómo daba sus pasos y avanzaba por lo que sería nuestro recorrido. se detuvo un segundo y soltó lo contenido para no llorar a destiempo _era una de las añadas y de cuando en cuando recordaba una de las tareas para las que le programaron_ mojó levemente y como quien abre compuertas de modo tímido y sin molestias cerró de nuevo y siguió con el viento. yo seguí esperando. aprendiendo sus movimientos. su recomponerse. estudiando sus formas por ver qué parecían. un caballo pasando del trote al galope. una niña con coletas. la elegancia con gafas puestas.

bajaron unidos. como solían hacerlo. ella con su pañuelo rosado al cuello y él _esa vez_ con la chaqueta maltés. les esperaba la hierba y el parque más grande. les aguardaban los temidos pasos de cebra en los que ella depositaba en la seguridad de él su miedo. olores del campo en primavera. colores del atardecer invitando a las farolas. los escalones sorpresa por su costumbre de calarse el ala más allá de las cejas. era su seña. su misterio. su encanto. su belleza. que veía pero escogió un día refugiarse en una semi ceguera. para no ver a cualquiera. para elegir lo que retener. para decidir si ver o no lo que se presenta. y su acompañante _que lo sabía_ jugaba a hacer de lazarillo, a pesar de saber que era como ser el bastón de quien busca ser elegante y no cojea. fue una estirada cita. más de lo que solían. y no hubo queja por parte de la abuela.

yo que pensé siempre que los nubarrones se juntan y reunen para batallar y hacer de la calma tormenta. yo que creí que una blanca se enfurece y carga de oscuro para soltar lo bebido durante largo. me equivocaba. ante un choque de dos atronadores sin sentido la blanca con ligeros grises que ayer descubrí escapó hacia otro lado. lejos de imantarle los rayos o los puños apretados de las más negras ella corrió para detener aquel conato. y lo logró. disolvió los truenos en arrullos y escuchó cómo lo turbio se hacía claro y el golpe abrazo. y así resultó. desdiciendo pronósticos no llovió. parecía que caería. pero no.

un imprevisto hizo que el que invitó a la dama le tuviera fuera de su horario y de pie en la acera. no tuvo que explicárselo. ella lo supo. lo sabían sus años. lo entendió su experiencia. y en apoyo callado posó en sus hombros las manos y con la distancia de la prudencia cargada de lo más cercano esperó. a falta de dos minutos recibieron besos y volvieron a quedarse en pareja. les aguardaba la cena.

más menuda de lo esperado _creí que sólo arriba eran pequeñas y al tenerlas cerca se harían inmensas_ se extendía por todo el aire y se hacía eterna. la blanca más pura. la acompañante perfecta. la infinita. la que estuvo siempre. la que se contonea con la brisa de la risa de quien fue su protegido y ahora le escuda a ella. la que porta la mayor clase. la distinguida que no llora y sí acompaña. la que pone lo claro. la que baja del cielo para que volemos alto. la que estira sus días y vida. la que está aunque anuncien azul sin mancha y no se tinta ni en el invierno crudo. la más grande. la más linda y chiquita. la que conocí y ya está _también_ conmigo. la más. la que me descubrieron ayer tarde. su tesoro. la niña. un premio. la nube.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Vendo nubes de colores:
las redondas, coloradas,
para endulzar los calores

Vendo los cirros morados
y rosas, las alboradas,
los crepúsculos dorados

El amarillo lucero,
cogido a la verde rama
del celeste duraznero

Vendo la nieve, la llama, y
el canto del pregonero

larraitz con pompa dijo...

anónimo_pregonero alberti_
las nubes de las que hablan las pompas no se compran. cosa extraña eso de vender nubes...

Anónimo dijo...

Tienes razón. Pero el espíritu comprometido y humanista de Alberti no parece de los que se venden fácilmente. Supongo que si vende nubes lo hará a cambio de sonrisas. Y como poeta, supongo que disfruta "vendiendo" lo que no tiene precio.

larraitz con pompa dijo...

anónimo_ tal vez propongamos un trueque a alberti. una de sus nubes de brisa veraniega por las que esta mañana nos duchan sin piedad