jueves, 25 de noviembre de 2010

augé

ya existían. a pesar de haber sido bautizados estudiando la sobremodernidad estaban ya. no son novedad. el antropólogo francés quiso tal vez saber dónde se hallaban los ojos de la chica que en jesse_tng nos muestran vestida de azul y con cuello impoluto. puede que tocara ya preguntarse por el nombre del sitio donde escapamos los hombres cuando no pisamos el adecuado a lo que aflige nuestro costado.

piensa que debe calzarse. ha escogido la ropa sobre la que primero posó su diestra al abrir la puerta. no sabe si hará frío. duda del agua que caiga. ha de vestir sus pies. lo sabe. el calor lo escupe la máquina atada al enchufe. un calcetín en la mano. sobre su piel apenas la gris luz del día turbio. le esperan. recuerda la hierba y los dedos descalzos. sus manos quietas parecen ciegas.

lo escuché mientras tomaba nota de lo que aquel hombre repartía. los enclaves por los que transitaban seres anónimos, ajenos durante un tiempo a su propio origen o identidad, parecían tener ahora nombre. para explicar como atacar el proyecto puso su silla a estudiar los recorridos, los usos y las demandas. los individuos formando conjuntos y deshaciéndolos al azar pasaban de pronto a ser lo esencial del ejercicio. los anónimos que cogen el número dispensado marcarían el ancho de galerías o el número de habitáculos. unidades que hacen grupo desde sus nulas o reducidas relaciones interpersonales. gente que momentáneamente olvidan sus historias pasan a ser tan sólo usuarios. una visita más a un web site. un taburete libre menos en la barra. clientes, pasajeros, sedentes. los que no lucen nombre. los que a lo sumo se hospedan en un nick escogido. este conjunto variable baila lo mismo sin escuchar música alguna. y con su danza de entra_mira_coge_sale pasaron a ser herramienta para mis noches de arquitecto.

se diría que espera. parece pensar profundo. el rictus habla lo que su boca no afila. algo teje por dentro. se diría que espera.

en un vagón cuatro ojos se cruzan y no volverán a verse. ahí hay uno. en el pasillo de embutidos del hipermercado un carrito gira sus ruedas para que dos cestas pasen. otro. siete adultos rodeados de niños _se mueven tanto que mejor no contarlos_ y el guardia del centro en pleno bullicio. sería uno más.
sitios donde no hay identidad. allá donde los vínculos directos entre el que lo ocupa y lo ocupado no existe.
la soledad de la condición del humano de ahora obligó a dar con un nombre para poder introducirla en conversaciones. el cruce de las relaciones más frías _incluso tecnológicas_ debía dar con una tarjeta de visita con la que presentarse en tantas fiestas en las que aparecía. identidad para lo inasible que cruza las débiles fronteras.
mensajes al muro de los amigos. palabras para todos y ninguno. textos que indican por dónde ir, cómo adentrarse, qué enlace seguir para dar con más. contactos sin roce, fugaces encuentros tal vez con años de distancia entre emisario y receptor. instantes de tránsito, autopistas donde no pararse. un pulgar hacia arriba sumado a los que cientos de gente sin rostro pulsaron antes. la virtual comunicación disfrazándonos de abrigo. la seguridad del rebaño donde los muchos consuelan lo personal.

el enredo de hilos inpracticable de su cabellera habla de guerra. lo que no hace ella. la maraña de su cabeza _se apostaría que también por dentro_ da vida a la inerte estampa. cuerpo sin fuerza con seda en perfecta blusa. cejas marcadas, subrayadas, y oculta botonadura. maquillaje en serenos labios más apagados que prendidos. y los ojos. esos ojos perdidos. ¿estarán recorriendo algún camino?

se pasa por estos espacios _de comunicación, de consumo o de circulación_ sin relacionarse con la carne y piel. son sitios que se solapan, se yuxtaponen y los tan alejados parecen en puntos hacer conjunto intersección de aquella teoría que los pequeños trabajan. como en ejercicio escolar: lo acumulado por compras pasa a ser asiento 23-b de un viaje al caribe.
la globalización conformada por ilocalizados seres que a lo sumo condecen la huella de un digital rastro. las frases regaladas desde el valor que da no estar en casa de nadie y al tiempo de todos. negaciones, sentencias, versiones, apuestas. escudos infinitos lanzando flechados mensajes se hacen la nada y de nuevo el todo en un instante. ameba fluctuante que no tuvo nunca _hasta que llegó marc augé_ nombre.

vuelve a pensar que debe calzarse. el calcetín sigue desparejado a la espera de vestir algo. cuánto habrá pasado. no recuerda si cerró bien su correo. tal vez haría falta comprar leche. tiene que irse. le esperan. no sabe si hará frío. la misma luz. mucha gente en su cabeza. aún tiene tiempo. sus piernas no sabrían correr. eso piensa. está quieta. piensa en eso y en que ha de salir de allí. de donde se encuentra. el no_lugar que ahora le aprieta.

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